LA RESURRECCIÓN EN EL ARTE


CRISTO EN EL LIMBO

A lo largo de los siglos, el concepto de Limbo como “lugar” a donde iban a parar las almas de todas aquellas personas fallecidas sin tener ocasión de conocer a Cristo durante sus vidas, ha cambiado. Aunque desde los orígenes del Cristianismo, este pasaje despertó un gran interés, dedicándole leyendas y evangelios apócrifos, la Iglesia Católica nunca se pronunció oficialmente al respecto. Se le tenía por el lugar a donde fueron a parar los patriarcas y santos de la Iglesia antes de Cristo, así como los niños fallecidos antes de ser bautizados, y a donde iban también las personas paganas que no habían tenido ocasión de conocer a Jesús. Es por todo esto, que un pasaje clave para conocer qué sucedió con todos aquellos santos que murieron antes de la Resurrección de Cristo, sería la Anastasis o descenso de Cristo a los infiernos.

Hay una serie de elementos que suelen ser comunes en las representaciones de este momento: la figura de Cristo resplandeciente cubierto de tejido inmaculado, una puerta caída que representa la entrada al inframundo (normalmente custodiada por algún demonio), y la presencia de algunos santos a los que Cristo rescata de su ostracismo. Entre los que se suelen representar, con frecuencia destaca un hombre maduro de pelo canoso que se suele identificar con San José, padre putativo de Jesús, el cual suele estar cogiendo o besando la mano de Cristo.

Son las mismas características que podemos apreciar en esta pintura al fresco atribuida a Fray Angélico. Fue pintada para decorar las paredes del piso superior del Convento de San Marcos, Florencia, entre 1432 – 1450. Decía atribuida porque, aunque el conjunto de trabajos fue realizado por el Beato Angélico, también se aprecia la mano de sus discípulos en algunas de las celdas. Concretamente aquí hay quien ve la mano de Gozzoli, último realizador de la obra. Se cree que en esta celda se alojó San Antonio durante algunos años. Esta celda, la número 31, estaba destinada a los hermanos legos, y a diferencia de las dedicadas a frailes y novicios, la escena muestra una narración del Evangelio de San Mateo. Destaca por una ambientación más profusa, indicada para religiosos menos contemplativos y más activos.

Cristo derriba la puerta del limbo, aplastando a un demonio, para salvar a diferentes santos. Jesús, con los atributos de su Triunfo sobre la muerte, extiende la mano a uno de ellos, tras el que aparece toda una legión de santos, de los que sólo vemos sus aureolas doradas. En el extremo izquierdo de la composición, otros demonios, de composición bastante ingenua, se esconden tras las rocas. Lo más significativo de la obra es la iluminación de la escena, responsable en última instancia de la espacialidad de la representación. Mientras la entrada de Dios está completada con la luz que desprende su figura, iluminando al santo que le coge la mano, los santos del fondo parecen emerger de una cueva en la más absoluta oscuridad. Procedente de la derecha, la luz incide sobre las rocas, dejando en penumbra a los demonios. Las sombras también dan volumen a la ortografía de la cueva.


Iván García de Quirós


  

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