HOY DOMINGO
Domingo de la 31ª semana de Tiempo Ordinario
CONVERSIÓN Y PERDÓN
Dios crea, ama y perdona. Bajo esta óptica hay que meditar el Evangelio de la conversión de Zaqueo, el odiado recaudador de impuestos romanos.
La salvación de Zaqueo por Jesús comienza con el deseo, casi infantil, desafiando respetos humanos, de subirse a un árbol para ver mejor al Señor que pasa. Esta salvación continúa con la sorpresa de la invitación de Jesús, que quiere alojarse en su casa; y culmina con la respuesta de conversión generosa y decidida del rico jefe de publicanos: “La mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le retribuiré cuatro veces más”.
La conversión radical de Zaqueo se manifiesta sobre todo en la solidaridad efectiva con los pobres y con las víctimas de la injusticia. Por eso la conversión es al mismo tiempo una reorientación hacia Dios y un acto social y comunitario. Cuando se experimenta el perdón de Dios no hay más remedio que encaminarse por una ruta de alegría y de donación.
Como dice el libro de la Sabiduría, Dios se compadece de todos, cierra los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan, ama a todos los seres y a todos perdona porque son suyos, corrige poco a poco a los que caen y a los que pecan les recuerda su pecado para que se conviertan y crean.
Es importante subrayar que el perdón y la salvación de Dios ya estaba presente y actuante en aquel primer movimiento de búsqueda del Señor por parte de Zaqueo. “No me buscaríais a mí si no me hubieseis ya encontrado”, dice Dios. El Dios amigo de la vida y del perdón infunde a todo lo creado un soplo incorruptible de vida. Se trata de seguir ese soplo del Espíritu cuando y dondequiera que nos invada. No hay situación humana en que no pueda sorprendernos la invitación de Dios.
El cristiano es el que experimenta todos los días el perdón de los pecados; por eso se debe reconquistar con intensidad el valor del sacramento de la reconciliación y celebrarlo con amor y con pasión.
La conversión continua no es un acto ritual sino vital, comporta una nueva opción por Dios y por el prójimo, un nuevo nacimiento para ser nueva criatura. De esta manera florece la ética cristiana, el empeño por la justicia y por la construcción de un nuevo orden de relaciones. Así se construye la nueva comunidad humana. La conversión no sólo nos abre a los demás, sino también a Dios.
Oremos con el Salmo: “El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas”.
Andrés Pardo
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