SANTA BEATRIZ DE SILVA
SANTA BEATRIZ DE SILVA
Beatriz de Silva y Meneses. Nació en Campo Mayor, una pequeña villa de ambiente rural en el Alentejo portugués, allá por la primera mitad del siglo XV.
Su padre, Ruy Gómes da Silva, fue alcalde mayor de Campo Mayor y consejero del rey D. Duarte. Su madre, Dª Isabel de Meneses era una dama emparentada con las casas reales de España y Portugal.
Creció en el seno de una familia de hondas raíces cristianas. Eran once hermanos, criados y educados con mucho amor.
Muy jovencita, se trasladó a la Corte de la reina Isabel, hija de D. Juan, príncipe de Portugal, al casarse ésta con D. Juan II, rey de Castilla. Permaneció en la corte de Tordesillas, como dama de la reina varios años.
Sus biógrafos decían que era muy hermosa, “la dama más bella de la corte de Castilla”. Cierto es que muchos nobles caballeros le pidieron en matrimonio, pero ella tenía las miras en otro caballero.
Por ello, la Reina, pudo contemplar en ella una rival en su matrimonio. Dicen que sus celos le llevaron a encerrarla.
En medio de la oscuridad se encomendó con todo el corazón a la Virgen María. Le hizo un encargo: fundar una Orden dedicada a la honra del misterio de su Inmaculada Concepción. El hábito de las monjas sería el mismo que ella lucía, blanco y azul.
Al cabo de tres días salió de allí como si nada hubiera pasado. Abandonó la corte e ingresó, como seglar o señora de piso, en el Monasterio dominico de Santo Domingo el Real. Estuvo en este retiro por espacio de treinta años, durante los cuales permaneció con el rostro cubierto siempre con un velo, no sólo como penitencia sino, sobre todo, en señal de una total consagración a mi Señor. Esperaba así la hora de poder llevar a cabo la misión que me había encomendado mi Señora, la Virgen Inmaculada. Llegó el año 1884. Abandonó el Monasterio de Santo Domingo y con algunas compañeras, pasaron a una casa llamada Palacios de Galiana, junto a la muralla norte de Toledo, un
regalo donado por la Reina Isabel.
Durante cinco años vivieron en Santa Fe. Finalmente a petición de Beatriz y de la Reina Isabel, su valedora, el 30 de abril de 1489, consiguieron del Papa Inocencio VIII la aprobación de un Monasterio dedicado a la Concepción de la Bienaventurada Virgen María. Era el comienzo de un camino, un divino camino.
Antes de marchar hacia el año 1492 pudo profesar en presencia de sus hermanas y el obispo de
Toledo.
El monasterio no desapareció. La Comunidad, a pesar de muchas dificultades continuó fiel a sus primeros proyectos. La perseverancia de las primeras hermanas y el apoyo de la Orden franciscana que les acompañó desde los comienzos, dio como resultado el crecimiento de la Orden desde Toledo a otros lugares del Reino. Por fin, el 17 de septiembre de 1511 obtuvieron regla propia. A mediados del s. XVI, la Orden de la Concepción de la bienaventurada Virgen María, llegó hasta el Nuevo mundo.
El Papa Pío XI confirmó el culto inmemorial que muchos le tributaron y le proclamó Beata el 28 de julio de 1926. Más tarde, reanudada la causa de canonización en 1950 por Pío XII, Pablo VI le canonizó solemnemente el 3 de octubre de 1976. Su fiesta litúrgica se celebra el día 17 de agosto.
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