LA RESURRECCIÓN EN EL ARTE
Durante la Edad Media, el
tímpano que coronaba la puerta de entrada a la iglesia, solía contener todo un
mensaje teológico que servía para preparar espiritualmente al que accedía al
templo. Por supuesto, también era un espacio reservado por el arquitecto para
los artistas, escultores que decoraban y se encargaban de desarrollar ese
mensaje teológico. Generalmente no conocemos los nombres de estos, aunque en el
caso del que tratamos este mes, su maestría y buen hacer, unido a la
importancia del templo que le correspondió decorar, nos legaron para la
posteridad el nombre del arquitecto que dirigió las obras, el Maestro Mateo. Él
supo plasmar en piedra un denso mensaje teológico que no sabemos quién lo ideó,
y cuya interpretación ha suscitado polémica entre los estudiosos que se han
ocupado del tema.
No es este el sitio para
hablar de la importancia que tuvo el Camino de Santiago durante la Edad Media,
aunque sí es cierto que sin él los reinos cristianos que luchaban contra el
Califato de Córdoba por sobrevivir y expandirse, no hubieran alcanzado el
desarrollo artístico, urbano y económico que luego tuvieron. Fue clave para
entender el resurgimiento de los mismos y vital para los habitantes de estas
poblaciones, que veían como entraba una corriente de personas llegadas de todo
el orbe cristiano, que aportaban nuevas ideas y también riquezas. Así pues, la
Catedral de Santiago debía servir de colofón glorioso a la experiencia vivida
por los peregrinos durante meses y semanas de caminatas. Por ello no es de
extrañar que, en la portada románica que encontraban a la entrada de la
catedral que albergaba los restos del primer apóstol martirizado por los romanos,
la escultura que representaba a Cristo lo mostrara resucitado y vivo (mostrando
las llagas de la Pasión), en plenitud de su gloria. Por contra, en otras
iglesias, la entrada la presidía el Pantocrator, Cristo Todopoderoso que venía
a rendir cuentas en el Juicio Final.
En el tímpano del arco
central nos encontramos resumidas varias páginas del Apocalipsis de San Juan.
Preside la escena una imagen de Cristo Salvador, indudablemente inspirada en la
descripción que del Hijo del Hombre (Cristo) hace el apóstol San Juan en el
Apocalipsis. De acuerdo con esto, lo encontramos un tanto hierático, algo
típico del arte románico, consciente de su dignidad y poder. En sus manos y
pies muestra las cicatrices de las llagas, como cordero inmolado, a través de
cuya muerte obtiene el triunfo. Sus vestiduras quieren demostrar su realeza y
su sacerdocio, y en su origen estaban decoradas con bordados. Para complementar
el significado iconológico de Cristo, nos presenta Mateo ocho ángeles que
portan instrumentos de la pasión: la cruz, la corona de espinas, los cuatro
clavos y la lanza, la columna en la que fue flagelado, un pergamino y una jarra
(aludiendo a la sentencia y al lavatorio
de manos de Pilatos) y, por último, una caña con esponja, una vara y un
pergamino en el que probablemente
aparecía la inscripción INRI. Rodeando el trono del Salvador vemos los
Evangelistas como ríos de agua viva en actitud de escribir, cada uno con su
símbolo del Tetramorfos. Junto al trono, jalonándolo, dos ángeles con
incensarios que a ambos lados homenajean al Señor Soberano.
Todo el tímpano quiere
plasmar la disposición del trono de Dios tal como lo vio San Juan. Veinticuatro
ancianos que representan en la visión apocalíptica a las 24 clases de cantores
y sacerdotes del antiguo templo de Jerusalén. En los espacios curvos del
tímpano, ideó Mateo treinta y ocho figuras humanas que representan las 12 de
abajo a las 12 tribus de Israel y las 19 de arriba a la turba celeste que nadie
podía contar, y que estaba delante del trono y del Cordero.
Dios, en un momento
determinado de la Historia, se hizo presente en medio de nosotros con un rostro
humano, asumiendo el rol de dirigir a la humanidad hacia la realización de una
nueva forma de ser: construir un hombre nuevo, una humanidad nueva cuya relación
y convivencia se basase en el Amor. Y desde esta vivencia colectiva, todos
juntos y encabezados por Cristo Resucitado, venciésemos a la Muerte. Este
propósito fue entregado primeramente a los Apóstoles, quienes empezaron a
forjar el hombre nuevo y la humanidad nueva, que se manifestó también en un
símbolo creado y usado por Jesús: el Reino de Dios. Este reino no está en este
mundo pero comienza en él, empezando por la conversión personal de cada uno.
Conversión que empezaba, a veces, con una peregrinación que simbolizaba el
compromiso de cambiar los objetivos de su vida y su modo de vivirla. La
conversión y avanzar en este proceso, hizo que los peregrinos se lanzasen desde
lugares remotos a la búsqueda de la (recientemente descubierta por aquel
entonces) tumba del Apóstol Santiago el Mayor. El Maestro Mateo supo resumir en
el Pórtico de la Gloria el significado simbólico del Santuario Apostólico: la
Jerusalén Celestial.
El pórtico conserva parte
de la policromía original, aunque retocada en el s.XVI. En la última
restauración, se procedió a estudiar y a recrear mediante técnicas
informáticas, cómo veían la escultura de Cristo Resucitado los peregrinos que
finalizaban su viaje y su conversión a “la vida nueva”.
Iván García de Quirós
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