500 AÑOS DE CONCEPCIONISTAS EN EL PUERTO - SANTA BEATRIZ DE SILVA
500 AÑOS DE CONCEPCIONISTAS EN EL PUERTO - SANTA BEATRIZ DE SILVA
Soy Beatriz de Silva y Meneses. Nací en Campo Mayor, una
pequeña villa de ambiente rural en el Alentejo portugués, allá por la primera
mitad del siglo XV. No sé muy bien ni el día ni el año. La fecha de mi
nacimiento no está muy clara entre mis primeros biógrafos, pero según las
últimas investigaciones se dice que vine al mundo hacia el año 1437.
Mi padre, Ruy Gómes da Silva, fue alcalde mayor de Campo
Mayor y consejero del rey D. Duarte. Mi madre, Dª Isabel de Meneses era una
dama emparentada con las casas reales de España y Portugal.
De mi infancia puedo deciros que crecí en el seno de una
familia de hondas raíces cristianas. Éramos once hermanos, criados y educados
con mucho amor.
Muy jovencita, como
era costumbre en la época, me trasladé a la Corte de la reina Isabel, hija de
D. Juan, príncipe de Portugal, al casarse ésta con D. Juan II, rey de Castilla.
Permanecí en la corte de Tordesillas, como dama de la reina varios años.
Mis biógrafos, que me miran con buenos ojos, decían que era
muy hermosa, “la dama más bella de la corte de Castilla”. Quizás no era
consciente de ello pero mi belleza atraía las miradas de todos y despertaba
cierta admiración en quienes me trataban. Cierto es que muchos nobles
caballeros me pidieron en matrimonio, pero yo tenía las miras en otro
caballero, pero de eso os hablaré más adelante.
Creo que por ello, la Reina, pudo contemplar en mí una rival
en su matrimonio. Dicen que sus celos le llevaron a encerrarme. Solo sé que un
día de forma inesperada para mí, me encontré dentro de un cofre en un rincón
del castillo.
En medio de la oscuridad me encomendé con todo el corazón a
la Virgen María. Pude verla, no sé si con mis propios ojos o los de la fe. Iba
vestida de hábito blanco y manto azul y el niño Jesús en brazos. Me habló, o al
menos yo pude escuchar sus palabras de ánimo y su consuelo. Me hizo un encargo
que desde entonces no olvidé: fundar una Orden dedicada a la honra del misterio
de su Inmaculada Concepción. El hábito de las monjas sería el mismo que ella
lucía, blanco y azul. No pude sino ofrecerme como su servidora y consagrarme a
ella. La Reina de cielo me libró de aquella prisión.
Al cabo de tres días salí de allí como si nada hubiera
pasado. Abandoné la corte e ingresé, como seglar o señora de piso, en el
Monasterio dominico de Santo Domingo el Real. Estuve en este retiro por espacio
de treinta años, durante los cuales permanecí con el rostro cubierto siempre
con un velo, no sólo como penitencia sino, sobre todo, en señal de una total
consagración a mi Señor. Esperaba así la hora de poder llevar a cabo la misión
que me había encomendado mi Señora, la Virgen Inmaculada. Llegó el año 1884.
Fue un año grato para mi e inolvidable. Abandoné el Monasterio de Santo Domingo
y con algunas compañeras, pasamos a una casa llamada Palacios de Galiana, junto
a la muralla norte de Toledo, un regalo donado por la Reina Isabel. Sí, Isabel la Católica.
Nos unía una cierta amistad. Fue muy generosa. También nos concedió la capilla
adjunta, dedicada a Santa Fe, una santa de origen francés.
Durante cinco años vivimos en Santa Fe. No profesamos en
ninguna orden religiosa, ni vivíamos bajo ninguna regla aprobada por la
Iglesia. Fue una experiencia nueva dentro del monacato femenino de aquella
época. Finalmente a petición mía y de la Reina Isabel, nuestra valedora, el 30
de abril de 1489, conseguimos del Papa Inocencio VIII la aprobación de un Monasterio dedicado a la Concepción de la
Bienaventurada Virgen María. Era el comienzo de un camino, un divino camino.
Quiso el Señor llamarme a su lado antes de empezar a caminar por él, o quizás ya había
comenzado. Antes de marchar hacia el año 1492 pude profesar en presencia de mis
hermanas y el obispo de Toledo.
El monasterio no desapareció. La Comunidad, a pesar de
muchas dificultades continuó fiel a nuestros primeros proyectos. La
perseverancia de las primeras hermanas y el apoyo de la Orden franciscana que nos acompañó desde los
comienzos, dio como resultado el crecimiento de la Orden desde Toledo a otros
lugares del Reino. Por fin, el 17 de septiembre de 1511 obtuvimos regla propia.
A mediados del s. XVI, la Orden de la Concepción de la bienaventurada Virgen
María, llegó hasta el Nuevo mundo.
El Papa Pío XI confirmó el culto inmemorial que muchos me
tributaron y me proclamó Beata el 28 de julio de 1926. Más tarde, reanudada la
causa de canonización en 1950 por Pío XII, Pablo VI me canonizó solemnemente el
3 de octubre de 1976. Mi fiesta litúrgica se celebra el día 17 de agosto.
Soy conocida en la historia como “la dama del rostro velado”
y “la mujer del silencio”. Espero que hayáis disfrutado con esta breve historia
de mi vida que os he compartido. Ahora son mis hijas, extendidas por todo el
mundo quienes hacen presente el Carisma que un día el Espíritu Santo me
inspiró.
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