LA RESURRECCIÓN EN EL ARTE

LA RESURRECCIÓN EN EL ARTE


La Resurrección de Cristo

El movimiento artístico que conocemos como “Renacimiento” tuvo su origen en la actual Italia, un territorio que por su propia configuración política, dividido entre repúblicas y reinos, fomentó el desarrollo de las artes como “propaganda nacional” y símbolo de la riqueza de los mecenas. Desde allí se exportó al resto de Europa, desarrollándose en el resto de países a través de artistas que se formaron en Italia o de italianos que emigraron en busca de oportunidades. En el caso de Francia tenemos ambos casos. Por una parte, el rey Francisco I constituye en la ciudad de Fointainebleau un foco de italianismo, atrayendo a artistas transalpinos que formaran a los franceses; y de otra parte, la reina consorte Catalina de Médicis, miembro de una de las mayores familias mecenas de todos los tiempos, prefirió a artistas propios de su tierra para diseñar algunos de los proyectos que se desarrollarían en Francia.

En el caso que nos atañe este mes, el diseñador de este magnífico conjunto escultórico fue el italiano Francesco Primaticcio, y su autor el francés Germain Pilon. Éste se formó junto a su padre y desarrolló una gran pericia trabajando la escultura en diferentes materiales. Su obra muestra una clara influencia de Miguel Ángel y de la Escuela de Fointainebleau. Una obra que fue evolucionando desde los preceptos que aprendió del tardogótico francés hasta el manierismo italiano. Durante los años que trabajó para el rey Enrique II, aplicó con gran elegancia un estilo tendente a lo antiguo.

Realizó numerosos monumentos funerarios, entre los que destacó uno con la figura de Cristo Resucitado y los guardias romanos. La idea era novedosa en Francia, pudiéndose comprobar el diseño de Primaticcio. Este grupo fue encargado por Catalina de Médicis para una capilla funeraria de forma circular que tenía junto a la Basílica de Saint-Denis (lugar de enterramiento de los monarcas franceses). Comenzada en 1560, diferentes motivos retrasaron su finalización hasta el punto de quedar inacabada. Posteriormente sería demolida y la imagen de Cristo enviada a la iglesia de San Pablo y San Luis de París, mientras que los soldados acabaron en el Museo de los Monumentos Franceses. Ya en el siglo XX sería reunido nuevamente todo el conjunto en el Museo del Louvre.

La escena representa a dos soldados romanos que han caído al suelo ante el temor de ver a Cristo Resucitado. Uno mira atemorizado a Cristo mientras el otro oculta su rostro incapaz de sostener la mirada divina. Las figuras buscan las diagonales y los escorzos resultantes son espectaculares, con los pliegues de los ropajes apretados y muy delgados, simulando los relieves de la Antigüedada Clásica.

Cristo tiene la cabeza inclinada en un ángulo leve y la mirada baja. El cuerpo representa a un hombre atlético, de piernas musculosas. Parece ir de menos a más, como si estuviera aumentado, simulando una ascensión a los cielos. El torso poderoso está inspirado en el Cristo de la Minerva de Miguel Ángel (comentado en esta misma sección La Resurrección en el Arte: Miguel Ángel). Aunque se diferencia de aquél en que la anatomía es más manierista: silueta delgada y piernas más afiladas, pies largos y cuerpo torcido simulando movimiento. El cuerpo parece ingrávido: el busto hacia delante, la cabeza inclinada y la mirada agachada. Cristo parece inclinarse hacia delante para bendecir a la humanidad que aún permanecerá en la Tierra. El gesto de bendecir se acentúa aún más con el tamaño de la mano, de una mayor proporción al resto del cuerpo. El rostro posee unos rasgos idealizados, con una expresión muy humana y una mirada tierna. El mechón de pelo que cae sobre su hombro ayudar a darle un detalle a la obra.


 Iván García de Quirós



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