DÍA DE LA NO VIOLENCIA Y DE LA PAZ
DÍA DE LA NO VIOLENCIA Y DE LA PAZ
MENSAJE DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
PARA LA CELEBRACIÓN DE LA
51 JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
Migrantes y refugiados: hombres y mujeres que buscan la paz
1. Un deseo de paz
Paz a todas las personas y a todas las naciones de la tierra.
La paz, que los ángeles anunciaron a los pastores en la noche de Navidad[1], es
una aspiración profunda de todas las personas y de todos los pueblos,
especialmente de aquellos que más sufren por su ausencia, y a los que tengo
presentes en mi recuerdo y en mi oración. De entre ellos quisiera recordar a
los más de 250 millones de migrantes en el mundo, de los que 22 millones y
medio son refugiados. Estos últimos, como afirmó mi querido predecesor
Benedicto XVI, «son hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos que buscan un
lugar donde vivir en paz»[2]. Para encontrarlo, muchos de ellos están
dispuestos a arriesgar sus vidas a través de un viaje que, en la mayoría de los
casos, es largo y peligroso; están dispuestos a soportar el cansancio y el
sufrimiento, a afrontar las alambradas y los muros que se alzan para alejarlos
de su destino.
Con espíritu de misericordia, abrazamos a todos los que
huyen de la guerra y del hambre, o que se ven obligados a abandonar su tierra a
causa de la discriminación, la persecución, la pobreza y la degradación
ambiental.
Somos conscientes de que no es suficiente sentir en nuestro
corazón el sufrimiento de los demás. Habrá que trabajar mucho antes de que
nuestros hermanos y hermanas puedan empezar de nuevo a vivir en paz, en un
hogar seguro. Acoger al otro exige un compromiso concreto, una cadena de ayuda
y de generosidad, una atención vigilante y comprensiva, la gestión responsable
de nuevas y complejas situaciones que, en ocasiones, se añaden a los numerosos
problemas ya existentes, así como a unos recursos que siempre son limitados. El
ejercicio de la virtud de la prudencia es necesaria para que los gobernantes
sepan acoger, promover, proteger e integrar, estableciendo medidas prácticas
que, «respetando el recto orden de los valores, ofrezcan al ciudadano la
prosperidad material y al mismo tiempo los bienes del espíritu»[3]. Tienen una
responsabilidad concreta con respecto a sus comunidades, a las que deben
garantizar los derechos que les corresponden en justicia y un desarrollo
armónico, para no ser como el constructor necio que hizo mal sus cálculos y no
consiguió terminar la torre que había comenzado a construir[4].
2. ¿Por qué hay tantos refugiados y migrantes?
Ante el Gran Jubileo por los 2000 años del anuncio de paz de
los ángeles en Belén, san Juan Pablo II incluyó el número creciente de
desplazados entre las consecuencias de «una interminable y horrenda serie de
guerras, conflictos, genocidios, “limpiezas étnicas”»[5], que habían marcado el
siglo XX. En el nuevo siglo no se ha producido aún un cambio profundo de
sentido: los conflictos armados y otras formas de violencia organizada siguen
provocando el desplazamiento de la población dentro y fuera de las fronteras
nacionales.
Pero las personas también migran por otras razones, ante
todo por «el anhelo de una vida mejor, a lo que se une en muchas ocasiones el
deseo de querer dejar atrás la “desesperación” de un futuro imposible de
construir»[6]. Se ponen en camino para reunirse con sus familias, para
encontrar mejores oportunidades de trabajo o de educación: quien no puede
disfrutar de estos derechos, no puede vivir en paz. Además, como he subrayado
en la Encíclica Laudato si’, «es trágico el aumento de los migrantes huyendo de
la miseria empeorada por la degradación ambiental»[7].
La mayoría emigra siguiendo un procedimiento regulado,
mientras que otros se ven forzados a tomar otras vías, sobre todo a causa de la
desesperación, cuando su patria no les ofrece seguridad y oportunidades, y toda
vía legal parece imposible, bloqueada o demasiado lenta.
En muchos países de destino se ha difundido ampliamente una
retórica que enfatiza los riesgos para la seguridad nacional o el coste de la
acogida de los que llegan, despreciando así la dignidad humana que se les ha de
reconocer a todos, en cuanto que son hijos e hijas de Dios. Los que fomentan el
miedo hacia los migrantes, en ocasiones con fines políticos, en lugar de
construir la paz siembran violencia, discriminación racial y xenofobia, que son
fuente de gran preocupación para todos aquellos que se toman en serio la
protección de cada ser humano[8].
Todos los datos de que dispone la comunidad internacional
indican que las migraciones globales seguirán marcando nuestro futuro. Algunos
las consideran una amenaza. Os invito, al contrario, a contemplarlas con una
mirada llena de confianza, como una oportunidad para construir un futuro de
paz.
3. Una mirada contemplativa
La sabiduría de la fe alimenta esta mirada, capaz de
reconocer que todos, «tanto emigrantes como poblaciones locales que los acogen,
forman parte de una sola familia, y todos tienen el mismo derecho a gozar de
los bienes de la tierra, cuya destinación es universal, como enseña la doctrina
social de la Iglesia. Aquí encuentran fundamento la solidaridad y el
compartir»[9]. Estas palabras nos remiten a la imagen de la nueva Jerusalén. El
libro del profeta Isaías (cap. 60) y el Apocalipsis (cap. 21) la describen como
una ciudad con las puertas siempre abiertas, para dejar entrar a personas de
todas las naciones, que la admiran y la colman de riquezas. La paz es el
gobernante que la guía y la justicia el principio que rige la convivencia entre
todos dentro de ella.
Necesitamos ver también la ciudad donde vivimos con esta
mirada contemplativa, «esto es, una mirada de fe que descubra al Dios que habita
en sus hogares, en sus calles, en sus plazas [promoviendo] la solidaridad, la
fraternidad, el deseo de bien, de verdad, de justicia»[10]; en otras palabras,
realizando la promesa de la paz.
Observando a los migrantes y a los refugiados, esta mirada
sabe descubrir que no llegan con las manos vacías: traen consigo la riqueza de
su valentía, su capacidad, sus energías y sus aspiraciones, y por supuesto los
tesoros de su propia cultura, enriqueciendo así la vida de las naciones que los
acogen. Esta mirada sabe también descubrir la creatividad, la tenacidad y el
espíritu de sacrificio de incontables personas, familias y comunidades que, en
todos los rincones del mundo, abren sus puertas y sus corazones a los migrantes
y refugiados, incluso cuando los recursos no son abundantes.
Por último, esta mirada contemplativa sabe guiar el
discernimiento de los responsables del bien público, con el fin de impulsar las
políticas de acogida al máximo de lo que «permita el verdadero bien de su
comunidad»[11], es decir, teniendo en cuenta las exigencias de todos los
miembros de la única familia humana y del bien de cada uno de ellos.
Quienes se dejan guiar por esta mirada serán capaces de
reconocer los renuevos de paz que están ya brotando y de favorecer su
crecimiento. Transformarán en talleres de paz nuestras ciudades, a menudo
divididas y polarizadas por conflictos que están relacionados precisamente con
la presencia de migrantes y refugiados.
4. Cuatro piedras angulares para la acción
Para ofrecer a los solicitantes de asilo, a los refugiados,
a los inmigrantes y a las víctimas de la trata de seres humanos una posibilidad
de encontrar la paz que buscan, se requiere una estrategia que conjugue cuatro
acciones: acoger, proteger, promover e integrar[12].
«Acoger» recuerda la exigencia de ampliar las posibilidades
de entrada legal, no expulsar a los desplazados y a los inmigrantes a lugares
donde les espera la persecución y la violencia, y equilibrar la preocupación
por la seguridad nacional con la protección de los derechos humanos
fundamentales. La Escritura nos recuerda: «No olvidéis la hospitalidad; por
ella algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles»[13].
«Proteger» nos recuerda el deber de reconocer y de
garantizar la dignidad inviolable de los que huyen de un peligro real en busca
de asilo y seguridad, evitando su explotación. En particular, pienso en las
mujeres y en los niños expuestos a situaciones de riesgo y de abusos que llegan
a convertirles en esclavos. Dios no hace discriminación: «El Señor guarda a los
peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda»[14].
«Promover» tiene que ver con apoyar el desarrollo humano
integral de los migrantes y refugiados. Entre los muchos instrumentos que
pueden ayudar a esta tarea, deseo subrayar la importancia que tiene el garantizar
a los niños y a los jóvenes el acceso a todos los niveles de educación: de esta
manera, no sólo podrán cultivar y sacar el máximo provecho de sus capacidades,
sino que también estarán más preparados para salir al encuentro del otro,
cultivando un espíritu de diálogo en vez de clausura y enfrentamiento. La
Biblia nos enseña que Dios «ama al emigrante, dándole pan y vestido»; por eso
nos exhorta: «Amaréis al emigrante, porque emigrantes fuisteis en Egipto»[15].
Por último, «integrar» significa trabajar para que los
refugiados y los migrantes participen plenamente en la vida de la sociedad que
les acoge, en una dinámica de enriquecimiento mutuo y de colaboración fecunda,
promoviendo el desarrollo humano integral de las comunidades locales. Como
escribe san Pablo: «Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino
conciudadanos de los santos y familiares de Dios»[16].
5. Una propuesta para dos Pactos internacionales
Deseo de todo corazón que este espíritu anime el proceso
que, durante todo el año 2018, llevará a la definición y aprobación por parte
de las Naciones Unidas de dos pactos mundiales: uno, para una migración segura,
ordenada y regulada, y otro, sobre refugiados. En cuanto acuerdos adoptados a
nivel mundial, estos pactos constituirán un marco de referencia para
desarrollar propuestas políticas y poner en práctica medidas concretas. Por
esta razón, es importante que estén inspirados por la compasión, la visión de
futuro y la valentía, con el fin de aprovechar cualquier ocasión que permita
avanzar en la construcción de la paz: sólo así el necesario realismo de la
política internacional no se verá derrotado por el cinismo y la globalización
de la indiferencia.
El diálogo y la coordinación constituyen, en efecto, una
necesidad y un deber específicos de la comunidad internacional. Más allá de las
fronteras nacionales, es posible que países menos ricos puedan acoger a un
mayor número de refugiados, o acogerles mejor, si la cooperación internacional
les garantiza la disponibilidad de los fondos necesarios.
La Sección para los Migrantes y Refugiados del Dicasterio
para la Promoción del Desarrollo Humano Integral sugiere 20 puntos de
acción[17] como pistas concretas para la aplicación de estos cuatro verbos en
las políticas públicas, además de la actitud y la acción de las comunidades
cristianas. Estas y otras aportaciones pretenden manifestar el interés de la
Iglesia católica al proceso que llevará a la adopción de los pactos mundiales
de las Naciones Unidas. Este interés confirma una solicitud pastoral más
general, que nace con la Iglesia y continúa hasta nuestros días a través de sus
múltiples actividades.
6. Por nuestra casa común
Las palabras de san Juan Pablo II nos alientan: «Si son
muchos los que comparten el “sueño” de un mundo en paz, y si se valora la
aportación de los migrantes y los refugiados, la humanidad puede transformarse
cada vez más en familia de todos, y nuestra tierra verdaderamente en “casa común”»[18].
A lo largo de la historia, muchos han creído en este «sueño» y los que lo han
realizado dan testimonio de que no se trata de una utopía irrealizable.
Entre ellos, hay que mencionar a santa Francisca Javier
Cabrini, cuyo centenario de nacimiento para el cielo celebramos este año 2017.
Hoy, 13 de noviembre, numerosas comunidades eclesiales celebran su memoria.
Esta pequeña gran mujer, que consagró su vida al servicio de los migrantes,
convirtiéndose más tarde en su patrona celeste, nos enseña cómo debemos acoger,
proteger, promover e integrar a nuestros hermanos y hermanas. Que por su
intercesión, el Señor nos conceda a todos experimentar que los «frutos de
justicia se siembran en la paz para quienes trabajan por la paz».
Vaticano, 13 de noviembre de 2017.
Memoria de Santa Francisca Javier Cabrini, Patrona de los
migrantes.
Francisco
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