PREGÓN DE 2012
PREGÓN DE 2012
Una resurrección que es la que le
da sentido a nuestra fe porque, como dice San Pablo, “Si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe” (1 Cor. 15,14), somos los más tontos de los
humanos y todas nuestras creencias están basadas en seguir a un Dios muerto.
La resurrección de Jesús lo
cambió todo, porque con ella se demostraba que Dios la daba la razón a Jesús y
se la quitaba a todos los que no estaban de acuerdo con él. Por lo tanto, Jesús
tenía razón y su causa es el camino que salva al hombre.
De aquí se deduce una enorme
consecuencia: creer en la resurrección y anunciarla no es solamente decir que
Jesús vive. Es mucho más que eso: es convencer a la gente de que Jesús tenía
razón y de que el camino trazado por él es el verdadero camino. Creer en la
resurrección supone convencer a la gente de que la vida tiene que ser vista
como la vio Jesús, que nos tiene que gustar lo que le gustó a él y que tenemos
que rechazar lo que él rechazó.
La resurrección es el triunfo del
Evangelio sobre el orden establecido. Por eso, proclamar hoy la resurrección es
ponerse de parte del Evangelio, con todo lo que eso significa, y enfrentarse
inevitablemente a todo lo que se le opone. En definitiva, la resurrección nos
lleva a mantener como una antorcha encendida la segunda de las virtudes
teologales: la esperanza. Una esperanza que, por un lado, rebasa los límites
del tiempo y del espacio y nos dice que la muerte no es el final. Pero una
esperanza que nos tiene que llevar también a luchar, día a día, por conseguir
una sociedad digna de hombre en la que se respeten de manera absoluta los
derechos de cada una de las personas.
Dice San Pablo en la segunda
carta a Timoteo: “Yo se bien de quién me
he fiado” (2 Tim. 1,12). ¡Con cuánta más razón que Pablo pudo decir esto
María! En la resurrección de su hijo tuvo la respuesta y la confirmación de las
promesas de Dios. Y si su esperanza no desfalleció frente al dolor, el fracaso
y la muerte, su alegría fue total y completa ante el gozo, la gloria y la vida
nueva de su hijo y Señor, Jesucristo. Por eso, desde ese momento, empezó a ser
aquello para lo que Jesús la había destinado desde el mismo pie de la cruz:
Madre de la Iglesia, madre de los cristianos, madre nuestra.
Esa madre a la que llamamos de
mil maneras distintas en sus diferentes advocaciones cuando nos dirigimos a
ella para rezarle:
Y así te llaman
Piedad,
Amargura,
Desconsuelo,
Milagros, Rocío del
cielo,
Alegría al resucitar,
Consolación, Soledad,
Rosario de quien te
ruega,
Carmen que la mar navega,
Esperanza del
creyente,
Dolores que va
sufriente
Y Sacrificio y
Entrega.
Juan Antonio Villarreal Panadero
Texto extraído del libro del Pregón
editado por el Consejo Local
de Hermandades y Cofradías.
Fotografías de Diario de Cádiz.
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