PREGÓN DE 1999


Triste y sombría semana presa entre dos domingos desbordantes de alegría, pues si la noche y el llanto son himnos de sus días, el canto de la Victoria y el brillo dorado del sol serán los signos visibles del Triunfo del Señor cuando también en domingo, tras siete lunas pasadas, hombros jóvenes henchidos lo paseen por El Puerto diciendo que resucitó, que Él, el Mesías, el Cristo, el Redentor ha vencido a la muerte y nos reparte su paz. 


En la parte final del Pregón dedica al Resucitado lo siguiente: 


Todo ha sido consumado, tan sólo nos queda, como a las mujeres santas de Jerusalén, esperar del tercer día la llegada... y con la Pascua pasada, amortajar su cuerpo en la nueva y pétrea tumba que le construimos. 

Acabó la historia. 

¿O tal vez no?

Tal vez estemos ante el punto de inicio de la verdadera historia, de la nueva historia. Pues si Cristo está muerto y sepultado, nosotros... lo estamos con Él, y todo carece ya de importancia; vana será nuestra fe.

Pero los cofrades de El Puerto no creemos en un Cristo muerto, secuestrado tras unos muros de piedra. Creemos en un Cristo que es vida... Y serán los más jóvenes, los encargados de recordarnos a todos, que esa muerte que se apoderó de El Puerto en la noche del Viernes Santo, se ha tornado, en la luminosa mañana del Domingo, en vida nueva renacida que jamás podrá ser tocada por guadaña segadora. 

Si, los más jóvenes, los que aún sueñan con pasar de Asociación a Hermandad, han de ser quienes, ilusionados, nos enseñen que nada acabó... sino que todo empieza, que ya es cierta la esperanza del cristiano.

Tras el ocaso y la noche, por la punta de levante, se romperá lo oscuro. 

De la mar nos llegarán las primeras luces del crepúsculo, y con ellas, el anuncio de una nueva vida que no ha ya de acabar, y a la que todos, por Cristo Resucitado, con tan solo creer estamos encaminados.

Acabaron los dolores, las penas, el crujir de nuestras almas. El llanto por lo que fue; que hoy es día de alegría, de contento, de esperanza renacida por la que ahora... es. 

Que volteen las campanas
de los templos portuenses;
que repiquen al compás...
Al compás de la mañana,
despertando a los claveles
que asoman por las ventanas.
Que canten los gorriones
y vuelen las aves todas
recorriendo las campiñas
y elevándose en los mares.
Que reluzcan las salinas
y verdeen nuestras viñas;
que lo que ayer era muerte,
hoy es vida nueva resurgida
de las garras de la noche.

Vida nueva resurgida en Cristo Resucitado, que de la mano de nuestros más jóvenes cofrades, ha de escapar del interior de los templos impregnando con su esencia, cada campo, cada casa, cada rincón de este Puerto. Que Cristo de nuevo será nuestro vecino, nuestro amigo, nuestro compañero; podremos hablar con Él en las esquinas, en el interior de nuestros hogares, a la luz de la bahía, al perfume de la sal y los esteros. Que Dios, de nuevo, halló su casa en El Puerto y se hizo marinero, bodeguero, albañil, estudiante o camionero.

Cofrades, desgarraos las gargantas vociferando a los vientos, que el Cristo que derramó su sangre por los fríos pavimentos, tras ese domingo santo, de nuevo vive en El Puerto. 

Cristo sufrirá, morirá y volverá a la vida en nuestras calles.  


Para Finalizar el Pregón realiza un poema a la Virgen, diciendo en su última estrofa:


Y por último Señora,
danos también la Alegría
de creer como creías,
que Tu Hijo no era otro
que el anunciado Mesias,
el Cristo, el Redentor,
el Señor de nuestra Historia,
el Hijo único de Dios,
quien por el hombre fue hombre;
y por darnos vida nueva (Bis)
en nuestro Puerto... murió.


D. José Manuel Castilla Osorio
Texto extraído del libro del Pregón
editado por el Consejo Local de
Hermandades y Cofradías.



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