LA CUARESMA SEGÚN... UN COSTALERO


A una semana para que una nueva Cuaresma anuncie la llegada de la Semana Santa, los actos en la celebración de las distintas Hermandades toman por entero el sentido de un tiempo de recogimiento y de meditación. De alegría y de Fe. También. En la que los Hermanos, en su gran mayoría, vuelven a retomar el pulso a la Hermandad. La Cuaresma es tiempo de aglutinar, de retorno, de reencuentros y de reafirmar tus creencias y tus ideales. De formación y de reeditar estampas ya vividas, pero igualmente tan novedosas y especiales. 

Todas las Semanas Santas, dicen, son iguales y a la vez, son únicas. Ninguna se repite y ninguna está de más. Todas sirven y todas valen para aprender. Seguir haciéndolo. Una antítesis que se retroalimenta con los años y que vuelve del pasado imágenes pretéritas para saborearlas en el presente. El ayer y hoy de la mano. Donde la amistad, la confraternización, los sentidos y la Fe deben por encima de todo ser el motor y la razón de su ser. No hay otra. Sentir y exaltar un sentimiento. Dios por encima de todo y de todos. Él lo fue en su génesis y nosotros convertidos en meros testigos y divulgadores de su Creación y de su magnificencia. Nacer, morir y resucitar. 

El ciclo del cristiano. Pasado, presente y futuro y que tiene en la Semana Santa su mejor demostración verídica y palpable de las etapas más gráficas existenciales. 

En la que el costalero reactiva su acercamiento y su renovado compromiso en las creencias con la Semana Mayor y el amor a unos Titulares. La visión personalísima del costalero es, ha sido y será, comprometida y particular. Nadie como él para sentir y expresar una conciencia basada en la cercanía y en la espiritualidad que envuelve el momento más íntimo y a la vez tan expresivo, como es su Estación de Penitencia. 

Horas de pasión en las que te encuentras a ti mismo. Horas de sufrimiento, de dolor y de meditación que envuelven el sentir más particular que ningún otro puede experimentar a lo largo de un año. Todo bajo el manto del privilegio y la dedicación. El binomio mágico. El costal aguarda los sentimientos más íntimo del que toma con su fuerza en el palpar más personalista y dedicado de todos. Sin olvidar que el costalero ante todo debe ser Hermano. Innegociable y categórico. Sin medianías. Es la premisa vital y pura. Más allá de músculos y estereotipos.

Pocos como el costalero siente bajo una trabajadera su posicionamiento. En ella y bajo ella, debe darlo todo. Porque el costalero ofrece, nunca recoge. La humildad y el honor de poder adueñarse del lugar que ocupa y que le hace ser especial, no intocable ni imprescindible, pero si, orgulloso de estar en el sitio elegido. El costalero debe ser los pasos de la cofradía, el que marca el camino por las calles. El capataz se convierte en el que encamina y ordena su caminar. 

Arriba, siempre arriba, la razón, los Titulares. La catequesis pública que toma y encaja el testimonio de que la unión y la fuerza hacen de la Hermandad la razón de existir. La exaltación del momento, de mostrar la Fe y la conciencia que el catolicismo ante todo es compromiso notorio. 


Luis Miguel Morales.
Costalero.
Fotografía de Germán Arjona



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